Mientras dormías
Mientras dormías
Elza Tamez
A pesar del dolor de cabeza y los mareos
producto de la mezcla entre cebada y marihuana
montones de sentimientos rondaron entre
y alrededor de tu espacio y el mío
Tú recostada sobre mi brazo
Dormías mientras yo te amaba
Perdí el sentido del tiempo y la cabeza
Cabeza olvidé que tenía
Caí en el sueño
Expulsé tu cuerpo y el mío
Y me encontré con que sólo en tu cama habitaban dos almas
De pronto ya no eran mis manos
las que acariciaban tu frágil y traslúcida cara
tu largo y suave cabello
el camino de tu oreja
la delicada y fina silueta que se forma en tu cintura
y tampoco mis labios
que besaban tu frente
Ya no era tu carne y mi carne
Era tu alma y la mía
Desperté
Sólo había paz y tranquilidad
dicha y placer
yo abrazándote
y tu dormida
Para Atra
Anoche me quedé pensando en la conectividad de las personas por medios fríos. La conexión estrecha, íntima y espiritual que se puede lograr durante la recolección de intercambios: momentos, experiencias, diálogos, libros, música y arte visual– siempre y cuando no se utilicen máscaras, velos, maquillaje, etc.-.
Por medio de una ventana de Messenger te desinhibes, explotas. Eres espíritu y alma, te despojas del cuerpo; las manos, la piel, el cabello; la ropa. Todo aquello que no te deja ser tu mismo y te convierte en un ser superfluo, sin sentido, ni interés humano.
Arta, que ahora eres Atra, gracias al juego de letras, desde el principio de nuestras conversaciones tiene un sentido dentro de lo que sí lo tiene -de los pocos que tengo, debo admitir-.
Cuando aparece en mi monitor Atra, es un anuncio ilegible para todos pero visible para mí de “aquí estoy”, entonces se recobra mi ánimo. Siempre oportuna tu aparición en tiempos difíciles , desesperados, de letargo emocional o simplemente una noche soleada y con muchas ganas de entrar al teatro.
Nos acercamos de un modo místico, pasional –según el horóscopo chino- y que prefiero no llamarlo como tu: “atracción intelectual”. Suena frío y vacío, ausente y lejano. Y también a pretexto. Además sabes me incomodan esas etiquetas de erudición.
Me quedo como lo dice Hermna Hesse con “la ensalada de letras”, deducciones, discusiones, las sesiones terapéuticas, psicológicas y proféticas.
Y me quedo con ese otro lenguaje de trasmisión de energías vía internet. El que sólo viven las personas que se sienten. Por ejemplo: yo sé cuando estas aburrida o tienes sueño, cuando estas triste, alegre o volando por alguna galaxia. Y tu sabes cuando lloro y algo me ha herido, cuando río y estoy satisfecha. ¡Un suspiro!.
Tanto hemos dicho que, tu necesitas de mi y yo de ti. Desde y hasta el punto que tu lo decidas. Hemos realizado un pacto virtual tan intimista como real.
Pero luego viene el otro sentido llamado “realidad”. El fuera de pantalla. El temor de encontrarte por las aceras caminar o en tu coche en espera de la luz de cruce del semáforo y no saber quiénes somos. Pasar desapercibidas en un mundo de prisas, personas ausentes, fuera de sí. Como el hombre del siglo al que tanto reclamamos. Tu con tu arte y yo con el mío. Temor que luego se esfuma al verte entrar en el espacio cibernético con un “aquí estoy nuevamente”.
Tu sabes que cuando abras la ventana ahí estaré frente al monitor buscando algo nuevo qué aprender, ver, leer, sentir. Y yo sé que al aparecer “ELu” por la tuya, estarás esperando un ahíto de aliento, de fe para eliminar lo que te aqueja y desanima. Entonces emprenderemos las acciones necesarias para el rescatarte, sin simulaciones, sólo utilizando la autenticidad.
Al dar por terminadas las acciones, volveremos a la vida física con mayor fuerza y esperanza que antes. Todo será mejor.
Pero, ¿qué pasará el día en que el Messenger desaparezca y tu ya no me encuentres, ni yo te encuentre?¿Qué pasará el día en que nos perdamos entre los millones de universos y tu quedes al otro lado del mío?.
La caja del recuerdo/ Ana Gutiészca
Fotografía Ana Gutiészca
Texto Elza Tamez
Macro-universo
El pasado, presente y futuro. Los recuerdos, ideologías, fijaciones y obsesiones. Ana, los encierra dentro de tres cajones en una caja de catón a negro y rojo. Custodiada, protegida y espiada por ser seres terrenales.
Es el encuentro entre dos universos.
El yo interior: el ilimitado, explosivo y creador mezclado con la sangre y las entrañas; y el yo exterior: el limitado, vacío y de ojos carnívoros.
Ambos mundos divididos por una línea traslucida y fácil de cruzar.
Como rota en pedazos la memoria, dentro de una libreta encontraremos fragmentos de su infancia, gentes de bazar, familia, Rarámuris, Kenya, dibujos terminados e interminados.
Gutiészca hace una denuncia al hombre de nuestro siglo. Sin tentativas de reflexión, conformista, tibio, entregado sólo a la vida del placer, viviendo sólo el momento y ciego ante los problemas sociales.
Y hace una exaltación hacia los animales y su universo. “El mundo de lo fantástico”. Auténticos, libres y trasparentes.
“Los animales también son la reunión de todo lo que he vivido en distintas épocas, lugares, ciudades. Variedad de razas y sentimientos”.
Y finalmente , ¿Ana y sus gallinas sumergidas en frascos sellados o Ana muerta como las gallinas?. Lo inevitable, el futuro de cada quién; el paso de la vida a la muerte y/o viceversa. La descomposición y destilación de olores fétidos, escabrosos. Y su posible renovación.
Hasta el 8 de febrero, subiendo las escaleras al ático del Centro Cultural Casa Purcell, te puedes encontrar con los recuerdos de Ana Gutiészca.